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NO !!! A LAS MINAS A CIELO ABIERTO

NO !!! A LAS MINAS A CIELO ABIERTO
NO A LA CONTAMINACION DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES

martes, 29 de septiembre de 2015

UNA HISTORIA


UNA HISTORIA
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Mientras su mamá le peinaba sus largos y oscuros cabellos, ella miraba por la ventana y soñaba con tener una habitación con un toilette con volados como tiene la vecina de la otra cuadra. Lo había visto hace unas cuantas tardes cuando el Coco, su hermano, la había llevado a dar una vuelta en bicicleta y por alguna razón vino el enojo, y el Coco la dejó abandonada en la vereda de esa casa, y fue en ese momento cuando sus ojos no supieron si llorar o asombrarse por la habitación hermosa y bella que se dejaba ver tras la cortina que como al descuido había quedado corrida.

Tal vez tenga una casa bonita como ella suspiraba a la vez que recibía un certero golpe en su cabeza propinado por el peine que enarbolaba su madre y quien a los gritos le ordenaba que se quedara quieta.

Con los cabellos prolijos iba a la escuela con el Coco. Eran épocas donde no había aulas mixtas. O eran de nenas o de nenes. No se compartían, como si la educación fuera diferente. En los recreos miraba de reojo a ese chico de ojos grises que no sabía que tenía de raro pero le gustaba mirarlo, mientras jugaba a la pelota con los otros chicos en el patio asignado a los varones.

Años mas tarde, el chico de los ojos grises, ya percatado que Nora lo miraba, una tarde se unió al grupo de la vuelta a casa. Y claro, el Coco necesitaba ganar puntos en casa, por lo tanto vocifero a todos aquellos que quisieran escucharlo que “ese chico” solo venía para “acompañar” a Norita.

Los gritos y retos de los abuelos y padres estuvieron a la orden del día. El Coco había logrado su objetivo: tener distraído al público familiar obteniendo su propia ganancia.

A partir de ese entonces el Coco volvía a casa con su amigotes, mientras que Norita lo hacía con el sargento de la familia o sea la abuela.

Los años pasaron, el Coco andaba desabrochando blusas y levantando polleras en el tiempo que le daban sus interminables partidos de futbol con sus amigos. “Como si no lo conociera” pensaba Norita, mientras aprendía los rudimentos de cómo ser una perfecta ama de casa y de tanto en tanto cuando algún mandado lo permitía, se veía a escondidas con su chico de los ojos grises. Ambos sabían que sobre sus cabezas se ceñía el temor a ser descubiertos por los atentos ojos de las madres (de los ambos lados), de las abuelas y los mas peligrosos: los ojos del Coco que no solo veían sino que tambien hablaban a los gritos.

“Yo estoy aquí Norita, negrita, chiquitita mía!”, le juraba una y otra vez mientras ella soñaba en perderse dentro de esos ojos increíblemente grises.

Los años pasaban, Norita no podía desprenderse del mandato familiar de ser una correcta ama de casa, además debía repartir el resto de su tiempo entre la atención del almacén familiar y su madre que por ese entonces ya empezaba a manifestar algún mal propio de  la edad.

“Yo estoy aquí Norita, negrita, chiquitita mía!” le juraba una y otra vez el hombre de los ojos grises, pero – le advertía – “no te demores demasiado. Yo tengo mis urgencias, las mismas que las tuyas y quiero enredarme en tu pelo”, le susurraba al oído en alguna tarde-noche mientras se ocultaban en la penumbra cómplice de un amor que ya no quería ocultarse.

Norita luchó por su amor, ante la negativa de su madre y la indiferencia del Coco quien disfrutaba de la comodidad de tener dos mujeres que se ocuparan de sus urgencias domésticas, mientras tanto inspeccionaba las camas de la damas de turno con la excusa de que voy a hacer entre tantas mujeres de la casa?

“Estoy aquí Negrita, Norita mía! Te espero. Vas a tener noticias mías” Le había dicho el hombre de los ojos grises mientras como al pasar le comentaba que se iba a un lugar muy lejano por trabajo y también porque no? a encontrar un amor que lo haga olvidar a su chiquitita.

Y Norita se quedó lavando trastos viejos, arrastrando a la vieja: su madre. Es mi madre – pensaba – pero no deja de ser egoísta. Ella hizo su vida, me tuvo a mi y al Coco y no me deja hacer mi vida!, sollozaba mientras releía una y otra vez la última carta de su amado de ojos grises en la que le cuenta que va a ser padre.

Mientras tanto el Coco ni se preocupa de la madre, ni el negocio ni de Norita ni le importa demasiado nada, excepto sus idas al club y los asados de los viernes con sus amigotes, vagos y groseros como él. Un buen día decide casarse y ahí está Norita con los preparativos de la boda, sopesando con el trabajo doméstico y del almacén, rumeando su propia infelicidad.

Norita ya no piensa en el hombre de los ojos grises, ni en tener una casa con toilettes de volados ni que ocho cuartos. Se siente la cenicienta de la familia. Eso – pensaba Norita – soy la cenicienta pero no tengo madrina con varita mágica. Esas cosas existen en los cuentos.

De vez en cuando recibía alguna carta que la hacían volver en el tiempo atrás y soñar con que aún tenía el pelo sin canas y la piel sin arrugas.

Un dia su cuñada, la mujer del Coco, se electrocutó mientras lavaba la ropa. Al parecer el lavarropas no estaba en condiciones y terminó con su vida. De nuevo el Coco volvió al seno materno, con sus mañas, las de antes y las nuevas. Como agregado se había vuelto mas viejo por la tanto mas gruñon y obeso.

A remarla! pensó Norita y mordía sus lágrimas mientras fregaba la ropa de su hermano, su madre y la propia, a la vez atendía el almacén familiar y a la vieja o sea su madre.

Según el Coco ella tenía que estar en la casa o en el almacén, no tenía necesidad de ir a otro lado, a que? A pasear? No! Eso no era para ella.

El paseo según el Coco se hacía los domingos después que él hubiese dormido la siesta y si tenía ganas subía a las dos mujeres a su auto y las llevaba a dar la vuelta al perro. Norita con cara de pocos amigos siempre en el asiento de atrás, con la mirada perdida, tal vez buscando a unos distantes ojos grises.

Cuando las canas de Norita ya eran inocultables, y el Coco había  formado una nueva pareja, una tarde su madre con muchos años en su haber, se descompuso y murió. Rápido, demasiado rápido pensó. Ahora quedaba sola en esa casa, la de siempre, la que tiene el negocio adelante y no iba a permitir que el Coco y su mujer vinieran a vivir con ella con el pretexto “para que no estés sola”.

Norita dejó de preocuparse por el negocio y cumplía escasamente con su atención. Por las tardes miraba las novelas que proponía la televisión. Una de esas tardes mientras saboreaba el amargor del mate tomó una hoja del cuaderno de los pedidos y escribió con letra temblorosa aquello que tuvo guardado por veinte, treinta o quien sabe cuantos años: le pedía a ese hombre de los ojos grises que viniera, que nada se interponía en su amor.

Ella se había liberado del yugo del Coco, del negocio y de la vieja. A su vez el hombre de los ojos grises ahora peinaba canas y había enviudado.

La carta llegó al destino establecido y tuvo una respuesta casi a diario durante treinta días, hasta que una noche, a la hora del micro, sonó el timbre y con el ring llego el amor que tantos años habían guardado uno a otro.

 
Un día el llegó tan diferente
a su forma de siempre llegar
la miró de una forma más caliente
que su forma de siempre mirar
y no maldijo la vida tanto
como siempre acostumbraba hablar
y no la dejó sola en un rincón
y para su gran sorpresa, la invitó a caminar
entonces ella se puso tan bonita
como hace mucho tiempo no quería osar
con su vestido escotado oliendo a
guardado de tanto esperar
y renunciaron a las armas
como hace tanto no solía pasar
y llenos de ternura y gracia
fueron a la plaza
y se comenzaron a abrazar
y ahi bailaron tanto baile
que la vecinada entera despertó
y fue tanta felicidad que toda la ciudad al fin se iluminó
y fueron tantos besos locos
tantos gritos roncos
como no se oía más
que el mundo comprendió
y el día amaneció
en paz. (*)


 
Desde ese día fueron inseparables. Se los podía ver a los dos juntos parados en el umbral de la puerta mirando pasar los vecinos. Se los podía ver dando la “vuelta del perro” los domingos en el auto, curiosamente gris, conducido por el hombre de los ojos grises y que peina canas. Se los podía ver ir de la mano al kiosko de la esquina a jugar la quiniela clandestina, cada tarde.

Una mañana cualquiera en el desabastecido y hasta abandonado almacén, el Coco le anuncia que sería bueno cerrar el negocio y cada uno dedicarse a sus cosas. Norita no se dignó contestarle y dejó que se marche por unos días a la gran ciudad a visitar los familiares de su mujer.

Esa iba a ser la última vez que lo vería con vida. La muerte vino a buscar al Coco mientras disfrutaba de la siesta en medio de una tumultuosa ciudad.

Norita no lo lloró al Coco. Era su hermano, si claro, pero no su hermano cómplice. Me podrías haber ayudado! le recriminó en silencio, antes de darse vuelta y dejarlo en el cementerio. El señor de los ojos grises leyó su pensamiento y la abrazó con fuerzas a la vez que le recordaba que allí estaba para contenerla.

Ahora si, ya en la tercera edad, Norita disfrutaba de la libertad que da el amor, con su chico, que aunque peina canas y tiene dolores de huesos, seguía siendo su chico.

Viajaban en los tour para jubilados, se reían, bailaban y disfrutaban de la vida hasta que una tarde el señor de los ojos grises y que peina canas le pregunta a Norita: “Señora ud. no vió a una chica de pelo prolijo que se llama Norita?”

-        Soy Yo!, repondió ella

-        No es posible dijo él. Ud es una mujer muy grande y ella es muy joven.

-        Dale, no hagas bromas. Soy yo! - insistió Norita -

-        No es broma!!!! O tengo cara de bromas? No la ha visto?

La alarmas sonaron. Una enfermedad mental estaba haciendo de las suyas dentro del hombre que peina canas y tiene unos increíbles ojos grises. A tal punto llegó la cosa que Norita mandó a llamar al hijo que si bien no era suyo, lo sentía como suyo y juntos tomaron la dolorosa decisión de internarlo en un centro especializado.

Esa noche Norita lloró amargamente. Amó, esperó años para ser amada con todas las letras y una rival anónima, artera, esperó agazapada para arrebatarle la felicidad que creía tener atrapada para siempre entre sus manos.

En la habitación de un centro de salud, un hombre mira por la ventana el cielo, le sonrie al sol y sigue preguntando si no han visto a una joven de prolijos cabellos llamada Norita.

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(*) Valshina - Chico Buarque